Según la leyenda, el príncipe debía casarse con la mujer que pudiera lucir el anillo real. Pero el príncipe Richard de Thierry no creía en las leyendas ni en el amor verdadero, aunque eso no impedía a todas las mujeres del reino intentar ponerse el anillo encantado. Afortunadamente, hasta ese momento ninguna lo había conseguido. Sin embargo, Christina Armstrong, hija de un magnate americano, se lo probó y... ¡ya no pudo quitárselo!
A pesar de que la tentadora belleza de la joven hacía que su pulso se acelerase, Richard sabía que Christina no sería la clase de novia modesta y sencilla que su pueblo esperaba. Era audaz, extrovertida, divertida y... absolutamente desastrosa. Entonces, ¿por qué no podía dejar de pensar en ella?
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